Crónica de la Carrera Ocelote con causa
El despertador sonó antes de que amaneciera. No éramos los únicos. En distintos rincones de Tuxtla Gutiérrez, cientos de familias se preparaban con la misma emoción, para vivir la primera Carrera Ocelote, un evento que ya nació con identidad propia.
El punto de encuentro fue el Centro de Convenciones Manuel Velasco Suárez y la Parada del Libro. El cielo amaneció nublado y la lluvia quiso retrasar el arranque, pero nada detuvo a más de mil quinientas personas entre estudiantes, egresados, trabajadores y familias enteras que nos dimos cita para correr, caminar o simplemente convivir bajo una misma camiseta que no distinguía categorías, sino pertenencia.
Para mi familia y para mí, esta experiencia tuvo un significado especial. Somos, orgullosamente, una familia Ocelote. Mi esposo y yo estudiamos en la UNACH, que hoy también es nuestro espacio de trabajo. En los años noventa fuimos representativos universitarios él en natación y yo en basquetbol; ahora nuestro hijo defiende con entrega la camiseta de la selección universitaria de basquetbol.
Mi hija, aunque aún no es universitaria, ha crecido recorriendo los pasillos de esta institución desde pequeña, cuando me acompañaba mientras trabajaba. En realidad, mis dos hijos han vivido buena parte de su historia personal entre los muros de la UNACH, aquí han jugado, aprendido y compartido momentos que los han marcado. Por eso, para nosotros, la Universidad no es solo un lugar de estudio o trabajo, es un punto de encuentro generacional, un espacio que nos ha dado identidad y pertenencia.
Correr los cinco kilómetros junto a mi esposo y mi hijo fue revivir esa historia compartida. Cada paso nos recordaba que la identidad no se improvisa, se construye con años de formación, con amistades que se vuelven familia, con el esfuerzo de quienes dieron y siguen dando lo mejor de sí por esta universidad.
La meta no fue solamente el arco de llegada. Fue la certeza de que la UNACH sabe hacer comunidad, que el sentido de pertenencia se multiplica cuando se comparte y que esta carrera es apenas la primera de muchas tradiciones que nos unirán más como ocelotes.
Porque al final, lo que nos queda claro es que la UNACH no solo nos enseñó a estudiar o a trabajar. Nos enseñó a volar alto sin olvidar nuestras raíces. Nos enseñó que ser familia Ocelote es llevar con orgullo una historia común que seguirá creciendo con cada generación. Y como nuestra historia, hay muchas más; historias de estudiantes, egresados y trabajadores que, a pesar de los tropiezos, encuentran en esta universidad un hogar. Por eso invitamos a toda la comunidad a sentirse parte de ella, a reconocerla como su casa, y a seguir construyendo juntos el orgullo de ser Ocelote.
Texto: María del Carmen Nucamendi Estrada.
Imágenes: María del Carmen Nucamendi Estrada.