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Participación del Dr. Andrés Fábregas Puig en la 11 Feria Internacional del Libro UNACH 2024.

Presentación por la Dra. María Eugenia Culebro Mandujano, secretaria general de la Universidad Autónoma de Chiapas con motivo a la participación del Antropólogo Andrés Fábregas Puig invitado especial a la 11 Feria Internacional del Libro UNACH 2024.

Muy buenas noches para todas y para todos. Agradecemos a la audiencia de este espacio "Diálogos del Foro" si son tan gentiles de ocupar sus lugares para que podamos iniciar con la conferencia magistral que tenemos programada.

Muchas gracias. Sea usted bienvenido, estimado doctor Andrés Fábregas Puig.

Sean todas y todos bienvenidos a esta actividad de la Feria Internacional del Libro 2024, con la que cerramos este maravilloso recinto que ha dado pie a tantos espacios intelectuales y académicos a lo largo de esta semana de feria. Quiero primeramente agradecer al doctor Carlos Natarén Andaya, nuestro Rector, por la posibilidad de que todas y todos podamos disfrutar de esta Feria Internacional del Libro. De igual manera, agradezco profundamente el honor de presentar a un gran personaje, un gran chiapaneco, antropólogo, intelectual, pero sobre todo una maravillosa persona, un extraordinario ser humano a quien he tenido la oportunidad de conocer a través de nuestros amigos María Luisa Trejo y José Luis Ruiz Abreu.

No solo es grande en cuanto a sus aportaciones a la antropología y a las ideas, sino también a su calidad de persona. Teniendo a un personaje como el doctor Fábregas Puig, me parece que nos quedaríamos cortos simplemente dándole lectura a una semblanza curricular. Así que para esta noche, me he permitido hacer un resumen de la laudatio que presentó la doctora Victoria Novelo. Ella ofreció una semblanza muy bonita del doctor Fábregas Puig que podemos consultar todos. Simplemente he actualizado algunos datos de cuando el doctor Fábregas Puig recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, así que voy a compartir con ustedes algunos extractos de la doctora Vicky Novelo.

Ella narra cómo se conocieron en 1967, cuando el doctor Fábregas Puig era presidente de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en la Ciudad de México. Desde aquella época lo describe con grandes cualidades de organizador, orador, analista y líder. Desde entonces, ambos iniciaban un camino que tenía la justicia como meta de un proceso de transformación social, que no sabíamos cómo iba a pasar, pero que tenía que suceder.

Su prolífica trayectoria académica se ha traducido, además de en múltiples reconocimientos, en la publicación de investigaciones originales que han contribuido grandemente a la Antropología de México. Dice además que su labor inspira admiración y hasta el enamoramiento intelectual de sus legiones de alumnos. En su extenso currículum académico figura su participación como docente en más de una decena de instituciones de México, además de Ecuador, Costa Rica y España. La doctora Novelo escribió: “Andrés, además de ser un estupendo maestro, es un abanderado convencido del trabajo de campo, no solamente como método de aproximación al estudio de situaciones sociales, sino como la única posibilidad de encuentro con la realidad desconocida”. A sus estudiantes los ha guiado en este camino, mostrándoles cómo ver, cómo fijarse en lo que sucede a su alrededor y aprender a percibir lo que está más allá de la vista. Es decir, cómo transitar por el camino de la observación antropológica, que escudriña, pregunta y relaciona.

El doctor Fábregas Puig cuenta con una enorme experiencia administrativa por su desempeño en cargos de dirección en instituciones, departamentos y centros de docencia e investigación que ha ayudado a crear y consolidar. Participó en la fundación del Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, institución antecesora del CIESAS. Fue parte del grupo fundador del Colegio de Antropólogos Sociales, del que fue su primer presidente y Consejo Directivo. Fundó el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, y dirigió el proyecto de investigación sobre la frontera sur de México, que contribuyó a la elaboración de políticas públicas en los planes generales de gobierno, tanto de Chiapas como de la República. Fundó el CIESAS del Sureste, germen de la creación del CIESAS Peninsular en Chiapas, y además fue responsable de la reestructuración del Instituto Chiapaneco de Cultura. Fundó y fue el primer rector de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y la Universidad Intercultural de Chiapas, ubicada en San Cristóbal de las Casas.

Entre algunas de las distinciones que ha recibido se encuentran la mención de honor en el Quincuagésimo Cuarto Congreso Internacional de Americanistas celebrado en Viena, Austria. En febrero de 2014, recibió un homenaje del CESMECA, donde se puso su nombre al Centro de Información y Documentación. En marzo de 2014, recibió la Medalla Francisco Tenamaxtle que otorga la Universidad de Guadalajara. En el año 2015 recibió el Premio Chiapas y el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. En el 2022 fue galardonado con el Premio Latinoamericano y del Caribe en Ciencias Sociales, otorgado por el Consejo Latinoamericano en Ciencias Sociales (CLACSO).

Para quienes conocen su biografía, sabrán que es especialista en análisis antropológicos de la región, combinando la etnohistoria con la antropología social. Entre sus aportaciones destacan los estudios comparativos en la Sierra de Ávila y los Altos de Jalisco. Son importantes sus reflexiones teóricas sobre la antropología, la cual analiza a partir de sus orígenes y desarrollos de concepciones humanistas. También destaca su deuda con la antropología crítica de Karl Marx, que ve al trabajo como fuerza motriz e historia. Además, destaca su traducción del ensayo de Marx y su enfoque en el pensamiento de Lawrence Krader, a quien incluye en su antropología crítica.

También es destacable su libro "Los años estudiantiles". La doctora Vicky Novelo lo describe como una autobiografía provocadora, una etnografía que muestra cómo fue construyéndose como antropólogo, entre contextos sociales, personales y del ambiente académico de su tiempo.

Otro de sus trabajos versa sobre descripciones y análisis del trabajo artesanal chiapaneco, el cual aborda con seriedad científica, envuelto en un fuerte sentimiento de admiración y orgullo. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran "El indigenismo en América Latina" publicado por El Colegio de México en 2021 y "Chiapas".

Otra faceta de nuestro conferencista es su dedicación a los trabajos de solidaridad con las luchas de Centroamérica, especialmente en Nicaragua y El Salvador. También participó en las primeras pláticas de paz posteriores al levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994.

La doctora Vicky Novelo lo describe así: “Andrés Fábregas Puig no es solo un intelectual destacado, dedicado y fructífero; es también esposo, hijo, nieto, amigo, viajero, amante del buen comer y del buen beber, aficionado al cine y a la música, además de empedernido lector y extraordinario conversador. En algún momento, fue también extra de cine”.

Durante una entrevista en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en marzo de 2015, el Dr. Fábregas Puig explicó: “En México, hemos desarrollado una antropología preocupada por los problemas del país. Para el antropólogo mexicano, ‘el otro’ es un reflejo de la variedad en la que uno está contextualizado. El concepto del otro es un resultado de las antropologías colonialistas que vieron en los pueblos dominados a una cultura extraña, pero nosotros estudiamos a nosotros mismos, ya sea en un estadio de fútbol, en una comunidad campesina o en un poblado totonaco. En todos los casos, terminamos haciendo referencia al país y su compleja problemática”.

Esto es solo una parte de la trayectoria de nuestro conferencista magistral. Sean todas y todos bienvenidos a esta conferencia denominada “La importancia del libro en el mundo contemporáneo”. Muchas gracias, doctor Fábregas.

Muy generosa, gracias. Pues muchas gracias a nuestra Secretaria General de la Universidad Autónoma de Chiapas, María Eugenia Culebro, por tan generosa visión, sin duda, provocada por el afecto. Muchas gracias.

También agradezco al rector de la universidad, el doctor Carlos Natarén, por la invitación que me hizo, y a mi amigo de muchos años, aunque él es muy joven y no tiene la edad que yo, José Luis Ruiz Abreu, quien ha sido el que ha llevado el peso de la organización de la feria. Muchas gracias también por haberme invitado. Cuando me invitaron a escribir sobre la importancia del libro en el mundo contemporáneo, la verdad es que tuve un ataque de nostalgia.

Dije, bueno, voy a hacer un texto memorioso y quizás varios de los que asistan se verán reflejados en lo que voy a ir mencionando.

Entonces comienzo. En la Tuxtla Gutiérrez de mediados del siglo XX –y esto que voy a decir ocurría en las principales ciudades del estado– se leía desde la escuela hasta los hogares. Aprendíamos la historia de Chiapas, por ejemplo, leyendo “Los cuentos del abuelo” escrito por don Ángel M. Corzo, un libro que recuperaba en sus páginas no solo el devenir del pueblo, sino la añeja tradición chiapaneca de la conversación, que tiene una repercusión tan amplia en nuestra tierra.

Varios de los libros que mencionaré en esta ocasión se adquirían en la propia librería que fue de mi abuelo y que llevaba el nombre de “El Progreso” porque es el nombre del puerto mexicano a donde desembarcó don Antonio Puig Pascual en 1902 para nunca más regresar a Cataluña, sino quedarse a vivir en Chiapas. El otro día que pasaba por el centro, vi que ya no existe la librería, y sentí otro ataque de nostalgia al ver cómo va transformándose una ciudad en la que uno nació y cómo va volviéndose uno extraño al desaparecer los contextos en los que vivió la niñez y la adolescencia.

Otra de las librerías de aquellos días en donde encontrábamos los libros era “La Ilustración”. Así, leíamos desde la escuela primaria –como en mi caso un libro que me regaló mi madre–, y que leíamos mucho, llamado “Corazón: diario de un niño” de Amicis.

Por supuesto, también las novelas de Alejandro Dumas, y entre las más conocidas, “Los tres mosqueteros”. Estas novelas de capa y espada, ambientadas en la Europa de los siglos XVII y XVIII, despertaban nuestra imaginación y nos hacían desear siempre el triunfo del bien. Los tres mosqueteros, llamados Athos, Porthos y Aramis, servían a la reina, mientras que el protagonista principal, el joven gascón D’Artagnan, pertenecía a la guardia del Rey.

La historia de estos amigos entrañables continúa en las novelas tituladas “Veinte años después” y “El conde de Bragelonne”. Alejandro Dumas escribió mucho y sigue siendo una lectura apasionante, sobre todo cuando se es joven.

Y qué decir de Jules Gabriel Verne, mejor conocido como Julio Verne, tan célebre por novelas como “La vuelta al mundo en 80 días”, que además de profetizar la importancia del transporte aéreo, nos enseñaba geografía mundial. Parecía que cuando uno leía este gran libro de Julio Verne, uno se sentía como un pájaro volando y viendo los territorios por los que se pasaba.

O esa espléndida novela que se llama “De la Tierra a la Luna”, con la que Julio Verne, en pleno siglo XIX, anunciaba la era espacial que aún vivimos. Y qué decir de sus otras obras, como “Viaje al centro de la Tierra”, “Los hijos del capitán Grant”, “El correo del Zar”, etcétera. Leyendo a autores como Alejandro Dumas o Julio Verne, completábamos lo que aprendíamos en las aulas, además de dar vuelo a la imaginación y vivir, en nuestros poblados y ciudades chiapanecas, aventuras insospechadas.

Mientras escribía este texto, recordé de nuevo que mi madre, doña Carmen Puig de Fábregas, me regaló la colección completa de “Los Pardaillán” de Michel Zévaco, obra que abarca 24 volúmenes y describe la historia de Francia entre 1553 y 1616 a través de una asombrosa narrativa que muestra, además, las virtudes y debilidades de los seres humanos.

Pero sin duda, el autor que más me impresionó en aquellos días de adolescencia y juventud fue Emilio Carlo Giuseppe María Salgari, un marino nacido en Verona, Italia, en 1862 y fallecido en Turín en 1911, justo en plena Revolución Mexicana. Leyendo a Emilio Salgari, viajaba a los mares de Malasia, al Océano Pacífico, al Mar Caribe, a las selvas de la India, a los desiertos africanos, a los paisajes de Australia, al Ártico norte y sur, e incluso al oeste norteamericano. Este prolífico autor, Emilio Salgari, me identificó con el ser marinero, el gusto de viajar para conocer mundo.

Por supuesto, también me despertó la imaginación y mi vocación por la antropología. ¿Cómo no recordar a personajes como Sandokán, el tigre de la Malasia, que junto con su inseparable amigo portugués Yáñez asaltaban los barcos que transportaban el producto del saqueo colonial?

¿Cómo olvidarse de “La capitana del Yucatán”, novela que narra las vicisitudes, virtudes y heroísmo de una mujer singular, adelantándose años al feminismo actual? La capitana del Yucatán es una patriota que lucha por la libertad de Cuba en años en que a la Isla Bella se la disputaban los españoles y los norteamericanos.

La capitana del Yucatán es una mujer cubano-mexicana que conduce un barco de la más avanzada tecnología de su época, 1868, cargado de armas para los patriotas cubanos en combate contra la colonia. El texto nos lleva por las aguas del Mar Caribe, que otrora fuera cruzado por piratas, quienes, con sus acciones, debilitaban a los imperios de la época bajo la máxima de “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años –o pueden ser mil– de perdón”.

Todas estas novelas y otras más que no he mencionado ejercieron una notable influencia en millones de jóvenes que las leíamos en una época en la que la lectura era un hábito difundido mundialmente, mucho antes del auge de la televisión, el internet, las computadoras y los teléfonos celulares. Tuve la suerte de que en mi casa mis padres fueran lectores. Aún recuerdo a mi madre leyendo y comentando “Los Pardaillán” o “El conde de Montecristo”. También recuerdo a mis padres devorando novelas policiacas escritas por Agatha Christie, Arthur Conan Doyle y Rex Stout, por mencionar algunos. Para mi generación, fue vital la narrativa, como ejemplifican las menciones anteriores.

No puedo dejar de mencionar que escuché “El Quijote de la Mancha” de labios de Don Lindo Oliva, abuelo del poeta Óscar Oliva, quien solía descansar en una hamaca en el patio del negocio de su hijo, Óscar, en la famosa cantina llamada “La Estación” o “El Ateneo”. Años después, tras escuchar El Quijote, lo leí mientras recordaba que don Lindo Oliva decía que ese libro lo tenía todo, que encerraba al mundo, planteaba las virtudes y debilidades humanas, y que leyéndolo uno se quedaba satisfecho, contento con uno mismo. No dejo de mencionar la importancia de los llamados cómics o cuentos que adquiríamos en el quiosco de Don Arturo Ramos, llamado “El Correíto”.

Don Arturo nos despachaba los cuentos recién llegados: El Llanero Solitario, La Mujer Maravilla, Mandrake el Mago, Hopalong Cassidy, Roy Rogers, Superman, Shano, y hasta Memín Pinguín. Incluso llegaba también “La Familia Burrón”, una sociología extraordinaria de la añorada Ciudad de México. Actualmente, una colección de cualquiera de estos cómics tiene un gran valor.

Pero también leíamos a autores mexicanos, como Juan Rulfo, a quien recuerdo vívidamente pronunciando una inolvidable conferencia en el Paraninfo del legendario ECACH en Tuxtla Gutiérrez, allá por el año de 1962. Su gran novela “Pedro Páramo” sigue estudiándose en departamentos y escuelas universitarias alrededor del mundo como un clásico de las letras en lengua castellana. Qué importante fue también en la formación intelectual de los jóvenes mexicanos de esa primera mitad del siglo XX y principios de la segunda, la obra de Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”, o de Carlos Fuentes, con títulos como “Aura”, “La muerte de Artemio Cruz” o “La región más transparente”.

No podemos omitir a José Emilio Pacheco, con su libro “Las batallas en el desierto”. Tuve el gusto de escucharlo en San Cristóbal, invitado por la Universidad Intercultural de Chiapas en 2009. Recuerdo que su esposa, Cristina Pacheco, me llamó para decirme: “Andrés, se le olvidó a mi marido llevar un suéter, no dejes que vaya sin suéter a la conferencia”. Le respondí que no se preocupara, que le íbamos a prestar uno. Le presté un suéter mío y tengo el honor de que se lo llevó y nunca me lo devolvió.

Por supuesto, no puede dejarse de mencionar a Fernando del Paso y su libro “Noticias del Imperio”, o a Ángeles Mastretta con “Arráncame la vida”, o a Laura Esquivel con “Como agua para chocolate”. Con Carlos Monsiváis, el ensayo y la literatura alcanzaron niveles complejos en México, además de que dicho escritor llegó a tener una notable presencia en la vida nacional. Asimismo, en el ámbito de la llamada novela negra, una suerte de subgénero de la novela policiaca, Gerardo Cornejo, quien además era mi colega antropólogo, destacó con su libro “Justo el Justiciero”, al que siguió Elmer Mendoza con sus “Balas de plata”, que narran las aventuras de la gente Édgar “El Zurdo” Mendieta, un policía bastante desquiciado.

En el terreno de la literatura no podemos obviar a los escritores y escritoras de Chiapas que hoy son considerados clásicos, como Flavio Paniagua y entre quienes ya no están entre nosotros, menciona la importancia de la novela de Saúl López de la Torre, “La casa de bambú”, escrita y publicada en 2011, que narra las vicisitudes de las luchas armadas en México y que fue presentada en este mismo lugar por Saúl en una noche también inolvidable. Saúl López de la Torre fue un eficaz colaborador en el Instituto Chiapaneco de Cultura y lo recordamos muchos con mucho afecto.

En la poesía, que en Chiapas ha tenido siempre un buen número de lectoras y lectores, la lista es larga. Por supuesto, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Juan Bañuelos y nuestro poeta mayor Óscar Oliva, a quien menciono porque fue recientemente reconocido con el Premio Nacional de Artes en Lingüística y Literatura. Recomiendo mucho su poemario titulado “Escrito en Tuxtla”.

Además, hoy existen poetas jóvenes en Chiapas, así como otros ya consagrados, de gran calibre. Dejo en el tintero muchos nombres, soy consciente de ello, para que los interesados se aboquen a encontrarlos en los anaqueles especializados de las librerías de Chiapas.

Permítanme que mencione mi recuerdo del gran poeta español republicano que encontró cobijo en México, Pedro Garfias, quien en una tarde memorable del Tuxtla de los años 1950 ofreció un hermoso recital en los locales de lo que fue el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas. Aún lo recuerdo de pie diciendo: “España, que perdimos, no nos pierdas. Guárdanos en tu frente derrumbada. Conserva en tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga, que un día volveremos, más veloces, sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta”.

Y ahora que se cumplen 56 años de la masacre de Tlatelolco, declarada por la presidenta Claudia Sheinbaum como un crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado Nacional Mexicano, recordemos los versos de Rosario Castellanos, quien en ese poema extraordinario llamado “Memorial de Tlatelolco” escribe: “La oscuridad engendra la violencia y la violencia pide oscuridad para cuajar el crimen. Por eso el 2 de octubre aguardó hasta la noche para que nadie viera la mano que empuñaba el arma, sino solo su efecto de relámpago”. No me queda duda de que “Memorial de Tlatelolco” es uno de los grandes poemas que se han escrito en México y que puede leerse en las antologías dedicadas a Rosario Castellanos.

En un homenaje a los republicanos españoles que llegaron a Chiapas, Rosario Castellanos dedicó al maestro Andrés Fábregas Roca su soneto “Del emigrado”. Me permito leerlo:
“Cataluña ladera y labradora, / viñedo y olivar, almendra pura, / patria rememorada, arquitectura / ciudad junto a la mar historiadora. / Ola de la pasión descubridor, / ola de la sirena y la aventura / Mediterráneo dio tu singladura / la nave del destierro con su proa. / Emigrado, La Ceiba de los mayas / te dio su sombra grande y generosa / cuando buscaste arrimo entre sus playas / y al llegar a la mesa del consejo / nos diste el sabor noble de tu prosa, / de sal latina y óleo y vino añejo”.

Díganme si no es para emocionarse. Estos versos de esa gran mujer que fue Rosario Castellanos, quien tuvo una vida no muy feliz.

Dije antes que leíamos desde la escuela, y así era. Recuerdo que en tercero de secundaria, en el CACH, tuvimos un curso de literatura con el profesor Agripino Gutiérrez, quien nos descubrió nada menos que el Siglo de Oro español, ubicado entre 1492 y 1659. Gracias a ese curso, conocimos las obras de Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Santa Teresa de Jesús y Tirso de Molina. Asimismo, nos introdujimos al romanticismo, leyendo a José de Espronceda, lo cual nos permitió descubrir los libros de Víctor Hugo, Gustavo Adolfo Bécquer, Marie Shelley, Rosalía de Castro, Carolina Coronado, Oscar Wilde, Rubén Darío, y muchos más.

Recuerdo que en esa misma clase con el profesor Agripino Gutiérrez, me tocó pasar al frente y leer en voz alta “La Celestina” de Fernando de Rojas. A otro compañero, cuya identidad mi memoria ya no recuerda, le tocó leer “El diablo cojuelo” de Luis Vélez de Guevara, que me impresionó tanto que lo leí también por mi cuenta.

Pero me dirán ustedes, y con justa razón, que hasta ahora he mencionado solamente narrativa y poesía. He hecho esto porque esos son los textos con los que aprendíamos a leer en mis años de juventud en Tuxtla Gutiérrez, y que fungían como un cincel que iba labrando nuestra identidad. No obstante, no puedo dejar de mencionar la importancia de los libros producidos por las ciencias sociales, empezando por los clásicos.

Para los jóvenes de hoy que se interesan por las ciencias sociales, es imprescindible leer a los llamados clásicos, debido a que sus textos son atemporales y siguen vigentes al paso de los años. En ciencias sociales, por ejemplo, es lectura obligada “El Capital” de Karl Marx, publicado en 1867, porque es el texto teórico que describe y discute la economía política capitalista que aún domina el mundo. Si “El Capital” puede ser una primera lectura difícil, sugiero su “Introducción a la crítica de la economía política”.

Seguiría Max Weber, con “Economía y sociedad” publicado en 1922, además de ese extraordinario texto de Weber titulado “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, un análisis de la relación entre ideología religiosa y economía política. Este texto de Weber nos despierta la reflexión sobre el mundo actual, especialmente en un contexto como el de hoy, con la guerra entre Israel y el mundo musulmán, y la destrucción de Gaza que podemos ver, quizá con indiferencia, a través de las pantallas de televisión o del celular.

No puede faltar en esta mención de los clásicos en ciencias sociales los textos de Émile Durkheim, el fundador de la sociología como disciplina universitaria. Los textos de Durkheim lograron establecer el hecho social como un objeto de análisis científico bajo el diseño de reglas del método en libros básicos como “Las reglas del método sociológico”, publicado en 1895, “La división del trabajo social” de 1893, y su obra fundamental sobre el suicidio publicada en 1897.

Menciono también al ingeniero y sociólogo italiano Vilfredo Pareto, un tanto olvidado por su relación con el dictador fascista Benito Mussolini, quien introdujo el concepto de “élite”. El concepto de élite de Pareto sigue siendo útil en el estudio de las sociedades desiguales como las que vivimos. Este concepto es parte de su compendio de “Sociología General” de 1920, en el cual además realizó una interesante reflexión sobre el gobierno de Porfirio Díaz, una obra que se conoce muy poco en nuestro país.

Otro de los textos que recomiendo es “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud, publicado en 1900, texto fundamental de la obra psicoanalítica. La gran contribución de Freud al pensamiento contemporáneo es el descubrimiento de la fuerza motriz del inconsciente. Aunque muchos sectores de las ciencias sociales actuales rechazan el psicoanálisis, los conceptos freudianos del inconsciente, la libido, la pulsión de vida, la pulsión de muerte, el complejo de Edipo y otros más, nos permiten acercarnos a una interpretación profunda de los seres humanos en lo individual y en lo colectivo.

Igualmente, hay que mencionar a Claude Lévi-Strauss, padre del estructuralismo, que tanta influencia tuvo en las ciencias sociales de México, especialmente en la antropología de los años 1970. La obra de Lévi-Strauss “Las estructuras elementales del parentesco”, de 1949, se sigue leyendo en las aulas de antropología de las universidades públicas de México. De Claude Lévi-Strauss recomiendo también “Tristes Trópicos”, de 1955, un libro en donde el autor nos relata sus experiencias como etnógrafo en el Brasil.

No puede faltar la lectura de Michel Foucault y sus textos fundamentales como “La arqueología del saber”, “Vigilar y castigar” y “La historia de la sexualidad”. No conozco a un solo profesional de las ciencias sociales y humanidades en el mundo contemporáneo que no haya leído a Foucault.

Podemos agregar también la obra de Pierre Bourdieu y su famosa “La distinción”, publicada en 1979, que sigue teniendo una influencia notable en los estudios de sociología de la educación. Menciono también al sociólogo polaco Zygmunt Bauman, con su concepto de “modernidad líquida”, tan útil para entender la llamada “posmodernidad” en que vivimos. Zygmunt Bauman también nos describe el nuevo concepto de “retropolítica” en su libro “La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos” de 2014, un texto de gran utilidad para los estudios políticos de la actualidad.

La lista de autores y textos de ciencias sociales y humanidades sería infinita, pero me atrevo a mencionar finalmente a Norbert Elias y su obra clásica “El proceso de la civilización”, escrita en 1939. Esta obra nos permite entender el proceso que lleva a la transformación del comportamiento humano, de la llamada barbarie a la llamada civilización, y sigue vigente como un manual sobre el comportamiento humano contemporáneo.

Me permito también mencionar algunos títulos más contemporáneos, sobre todo en el ámbito de la antropología y la sociología. Entre ellos está la obra de Clifford Geertz, quien con “La interpretación de las culturas” de 1973 contribuyó a una visión renovada del análisis antropológico a través del concepto de “descripción densa”. Esta obra sigue siendo de lectura obligada en las escuelas de ciencias sociales.

Asimismo, está el libro “La sociedad del riesgo” del alemán Ulrich Beck, publicado en 1986, que ofrece una reflexión importante sobre los peligros que acarrea el desarrollo de la sociedad industrial moderna, y cómo esos riesgos afectan a los sectores más vulnerables. También de lectura obligada en estos días es “El planeta de los estúpidos”, de Juan Carlos Cubeiro, una ácida crítica a la superficialidad y a la falta de profundidad en los análisis contemporáneos, sobre todo en el ámbito empresarial.

Quiero recordar en este momento a algunos pensadores latinoamericanos que también tienen una presencia significativa en las ciencias sociales. Pienso en Eduardo Galeano y su libro “Las venas abiertas de América Latina”, que muestra una visión crítica de la historia de la explotación colonial y neocolonial en nuestra región. También al colombiano Orlando Fals Borda, con su teoría de la “investigación-acción participativa”, que busca una metodología de investigación vinculada a las luchas sociales. Y, por supuesto, al brasileño Paulo Freire, con su libro “Pedagogía del oprimido”, obra que sigue siendo un referente en los estudios sobre educación y cambio social.

Otro libro que quiero recomendar, aunque no pertenece estrictamente a las ciencias sociales, es “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord, publicado en 1967, una obra que realiza una crítica profunda a la sociedad de consumo y a los medios de comunicación, anticipando muchos de los problemas que hoy enfrentamos en la era digital.

Así, con esta lista de autores y obras, se vislumbra la importancia del libro como vehículo de ideas, como transmisor de conocimientos y como herramienta fundamental para la reflexión crítica en el mundo contemporáneo. Las y los invito a que lean y se acerquen a estos textos, ya que todos ellos, desde distintas perspectivas y disciplinas, nos ofrecen valiosas lecciones sobre el ser humano, la sociedad y la cultura.

Para finalizar, quiero expresar mi agradecimiento a la Universidad Autónoma de Chiapas, a su Rector y a todas las personas involucradas en la organización de esta feria. Es una muestra del compromiso que la universidad tiene con la cultura y la educación, elementos fundamentales para el desarrollo de nuestro país. Muchas gracias por su atención y muy buenas noches.