Cada semana, los pasillos de dos primarias y dos jardines de niños en Tuxtla Gutiérrez se llenan de emoción con la llegada de estudiantes universitarios cargados de entusiasmo, materiales didácticos y ganas de compartir su conocimiento. Ellos forman parte del programa “Fortalecimiento integral y del aprendizaje del inglés en escuelas de educación básica”, una Unidad de Vinculación impulsada por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), a través de la Facultad de Lenguas Tuxtla.
El objetivo del programa es claro: fortalecer la educación pública desde un enfoque humano e inclusivo, acercando el aprendizaje del idioma inglés a contextos donde el acceso a este conocimiento es limitado. Más de 60 estudiantes de la Licenciatura en Enseñanza del Inglés participan en esta iniciativa que les permite llevar a la práctica lo aprendido en las aulas, al tiempo que enriquecen la formación de niñas y niños de educación básica.
“Además de compartir lo que sabes, aprendes de los niños y su entorno. El inglés es algo que van a necesitar en su vida”, compartió Sofía Guzmán, estudiante universitaria, feliz de contribuir con su vocación a través de esta experiencia formativa.
Una vez por semana, los universitarios imparten clases dinámicas adaptadas a la edad y capacidades de los grupos. Además, organizan actividades culturales donde los pequeños aprenden sobre la cultura angloparlante mediante juegos, canciones y materiales visuales. Esta interacción ha sido bien recibida por las escuelas. “Es un plus tener inglés. Los niños lo esperan con alegría”, comentó una directora escolar, agradecida por la colaboración con la UNACH.
El componente de inclusión también es fundamental. Desde la planeación didáctica hasta la convivencia en el aula, se consideran las necesidades específicas de cada institución, garantizando que todos los estudiantes tengan acceso a este aprendizaje.
La Unidad de Vinculación cuenta con la coordinación de cuatro docentes universitarios, quienes acompañan a los estudiantes en el diseño pedagógico y evalúan los avances del proyecto, que además funciona como práctica profesional previa al egreso.
La UNACH reafirma así su compromiso con la formación integral de sus estudiantes y el desarrollo social del estado. Proyectos como este no solo acercan el inglés a más niñas y niños, sino que también siembran vocación, empatía y experiencia en quienes se preparan para ser docentes del mañana.
Texto: María del Carmen Nucamendi Estrada
Imágenes: dcs
Este texto propone un análisis crítico de las visiones optimistas sobre la Inteligencia Artificial expuestas por figuras como las del futurólogo Ray Kurzweil, el CEO de Open IA, Sam Altman y otros personajes centrales en el desarrollo actual de la IA, así como de las reflexiones del experto español Pedro Uría Recio, una de las figuras más importantes en el desarrollo de esta tecnología en China y otros países de Asía, la región con mejor desempeño en ámbito. A partir de sus planteamientos, se cuestionan los impactos económicos, sociales y éticos de una tecnología que, más que una herramienta, se erige como un nuevo fundamento civilizatorio.
La humanidad se encuentra frente a una encrucijada histórica. El advenimiento de la inteligencia artificial (IA) marca no sólo una revolución tecnológica, sino una inflexión civilizatoria. Al igual que ocurrió con la invención de la imprenta o la máquina de vapor, el surgimiento de sistemas capaces de aprender, decidir y actuar por cuenta propia redefine los fundamentos económicos, sociales y culturales sobre los que hemos edificado el mundo moderno. Sin embargo, a diferencia de esas revoluciones anteriores, el ritmo vertiginoso con el que la IA se expande, así como su alcance transversal, hace que las apuestas sean más altas que nunca. En esta tensión entre lo prometido y lo temido, entre la utopía y la distopía, se ubican las voces de sus protagonistas.
Ray Kurzweil, tecnólogo y autor del célebre libro La singularidad está cerca, anticipa un horizonte donde la IA nos llevará a superar la escasez, curar enfermedades, expandir la inteligencia humana e incluso, en palabras suyas, “derrotar a la muerte”.
Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, comparte esta visión optimista. Su impulso por desarrollar modelos cada vez más potentes parte de la convicción de que la IA puede “democratizar el conocimiento” y resolver problemas históricos de la humanidad, desde la energía limpia hasta la educación universal.
El empresario Elon Musk, cabeza principal de una generación de protagonistas en la innovación y la aplicación de la ciencia en usos prácticos, aunque más ambivalente, ha invertido en IA tanto desde una lógica empresarial (Tesla, Neuralink) como desde un ethos preventivo (creación de OpenAI como contrapeso a la concentración de poder).
Estas figuras, por demás influyentes, dibujan un porvenir marcado por la eficiencia, la expansión del conocimiento y el bienestar global. Pero en su visión hay una narrativa que roza peligrosamente la romantización tecnológica, esa que Pedro Uría Recio, experto en inteligencia artificial y economista, ha criticado con claridad:
“Estamos entregando demasiado poder a quienes prometen acabar con la escasez y alcanzar la inmortalidad. Esa visión utópica no sólo es ingenua; es políticamente peligrosa.”
Pedro Uría parte de una premisa ineludible:
“La economía del futuro dependerá completamente de la IA.”
Este diagnóstico no es una provocación sino una constatación, sustentada en el ritmo acelerado de adopción de modelos inteligentes en sectores como la atención al cliente, la contabilidad, la medicina y la educación.
A corto plazo, sí, se crearán empleos: se necesitarán ingenieros, desarrolladores, especialistas en datos. Pero Uría advierte que este auge será momentáneo. A mediano y largo plazo, los empleos destruidos —particularmente aquellos de baja cualificación— superarán con creces a los creados. El timing del cambio será crucial.
“La gente no tendrá tiempo de reinventarse”, subraya.
Y los más golpeados serán los jóvenes, quienes se enfrentarán a un mercado laboral cada vez más elitizado, técnico y excluyente.
En América Latina, y específicamente en México, este escenario se vuelve alarmante. Con un 55% de la población en condiciones laborales informales (según el INEGI, 2023), y con brechas digitales profundas, la transición hacia una economía dominada por la IA no sólo será difícil; podría resultar violenta.
Frente a este desmoronamiento del trabajo como eje organizador de la vida, algunos han propuesto la Renta Básica Universal (RBU) como una alternativa viable.
La idea es sencilla: si el trabajo desaparece, que al menos haya un ingreso garantizado para todos.
En la teoría, la propuesta busca sostener el consumo, reducir la pobreza estructural y mantener la estabilidad social.
En la práctica, Uría se muestra escéptico.
Tomando el caso español como ejemplo, explica que la implementación de una RBU requeriría una inyección presupuestaria que duplicaría o triplicaría el gasto público actual.
En un país como México, donde el presupuesto federal anual ronda los 9 billones de pesos (2024), y donde los ingresos por impuestos directos aún representan una fracción modesta del PIB, el costo de una RBU sería simplemente inviable.
Supongamos, como ejercicio ilustrativo, que cada ciudadano mexicano recibiera 3,000 pesos mensuales (una suma modesta): el costo anual superaría los 4 billones de pesos, es decir, cerca del 45% del PIB nacional.
Además, Uría plantea un riesgo ético: una sociedad donde el ingreso no provenga del esfuerzo ni del mérito, sino de una dependencia estructural, podría degenerar en una ciudadanía subordinada a los intereses del Estado o de las grandes corporaciones.
La RBU, bajo este enfoque, no sería emancipadora, sino una forma de servidumbre moderna.
Lejos de cerrar la puerta a la innovación social, Uría propone una vía distinta: fomentar la inversión individual en capital productivo desde ahora.
Se trata de un modelo híbrido, inspirado en sistemas asiáticos, donde los trabajadores no dependen exclusivamente del salario, sino que poseen participación en las empresas que producen riqueza.
Para que esto sea posible en contextos latinoamericanos, sería necesario un rediseño del sistema financiero, educativo y fiscal:
James A. Robinson, Nobel de Economía, ha sido una de las voces más críticas respecto al rumbo que podría tomar la IA si se deja en manos de intereses concentrados. Para él, el problema no es la tecnología en sí, sino su gobernanza.
Robinson argumenta que los países con instituciones extractivas utilizarán la IA para consolidar el poder, no para distribuirlo.
Su preocupación empata con la de Uría:
La IA no es neutral. Y si no hay un marco ético y democrático que la regule desde lo humano —no desde lo técnico—, los beneficios quedarán en pocas manos y los costos se socializarán.
La IA no es el enemigo. Pero tampoco es una promesa sin condiciones. No se trata de negarla ni de detenerla, sino de colocarla en el centro de una discusión madura sobre el futuro de nuestra especie.
¿Queremos una sociedad donde el valor humano sea reemplazado por la eficiencia algorítmica? ¿O podemos imaginar una en la que la IA amplifique lo mejor de nosotros sin despojarnos de nuestra dignidad, libertad y creatividad?
Lo que está en juego no es el desarrollo tecnológico, sino el contrato social que queremos sostener.
Y en esa construcción, América Latina no puede seguir reaccionando desde la periferia.
Es momento de diseñar, desde nuestras realidades, una IA para la justicia, no sólo para el progreso.
Referencias:
Kurzweil, R. (2025). La singularidad está más cerca. Deusto.
La Vanguardia. (2025, marzo). Entrevista exclusiva a Ray Kurzweil [Entrevista].
MIT. (2025, marzo). AI Inequality Index. Massachusetts Institute of Technology. https://www.mit.edu
Robinson, J. A. (2025, febrero). Entrevista a James A. Robinson [Entrevista]. Bloomberg Línea.
Uría Recio, P. (2025, marzo). Entrevista a Pedro Uría Recio [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=1YdnwFG4FQg
Uría-Recio, P., & O’Connor, D. S. W. H. (2004). China telecommunications panorama. Telephony World, (marzo).
Texto: Raúl Ríos Trujillo
Imágen: IA